AMULETOS

El azabache es una sustancia fósil utilizada antaño para realizar amuletos. Es una variedad dura y muy compacta del lignito. Su procedencia orgánica es análoga a la del carbón de piedra, si bien corresponde a distinta época paleontológica.

Designada por Plinio con el nombre de “lapis gagates”, por encontrarse en la desembocadura del río Gagas, en Asia menor.

Este nombre “gagates” es de origen griego. El nombre árabe “az-zabach” tuvo su raíz en la voz persa.

En la Edad Media se escribió en España la palabra azabache en todas las variantes que se impusieran a la ortografía fonética. Se pronuncian de distinto modo en los diversos idiomas españoles: “azauache” en castellano, “azebiche” en gallego, “acebaja” en catalán, “adzebella” en mallorquín, y “açabaig” en valenciano.

Por su condición compacta, el azabache toma un brillo intenso al pulirse, semejando más que al ébano al vidrio negro. Igual de quebradizo que el vidrio, su propia fragilidad dificultaba el esculpirlo en adornos. Lo que hacía de éstos unos productos de precio elevado.

Desde la más remota antigüedad se le atribuyó una virtud mágica. Por lo que fue ampliamente utilizado en la elaboración de amuletos. Se le relacionó de un modo especial con una moda impuesta a la devoción de los peregrinos a Santiago de Compostela.

La creencia en las virtudes mágicas del azabache se remonta hasta tiempos prehistóricos. Ya Plinio, define las condiciones físicas de la piedra” gagates”. También describe cómo se enciende al contacto con el agua y se apaga en el aceite. Y refiere que el azabache tiene la virtud de ahuyentar a las serpientes. Tal creencia bastaría para que algunos la llevaran ya como amuleto. En Inglaterra, en enterramientos anteriores a la invasión romana se encuentran torques, brazaletes y cuentas fabricados con este material.

El propio Plinio también le atribuye virtudes medicinales -como la característica de curar el dolor de muelas-. Incluso se llegó a recomendar su molido para elaborar colirios con la creencia que era capaz de mejorar la vista cansada.

En el siglo XI es común sujetar el azabache con una cuerda al cuello de niños y adultos. En muchos casos realizando un orificio y ensartando el hilo a través, a modo de amuleto para librarse del mal de ojo. También directamente en forma de anillos, en el siglo XIII se usan con este fin. En la España musulmana no era tanto la forma o el lugar donde se colocara, sino la propia sustancia del azabache la que te libraba de todo ello.

Es en el siglo XIV cuando se populariza esculpirlo en forma de mano como un puño cerrado orientado hacia abajo. Y asomando el pulgar por entre los dedos índice y medio, que se conocería más tarde popularmente como “higa”.

amuletos de azabache con forma de puño

La misma intención tuvieron sin duda las puntas y cuernos, los colmillos de jabalí y las garras de león. Éstos gozaron del mismo concepto de amuleto. El daño que infería el mal de ojo era en cierto modo vago e indeterminado, pudiendo revestir accidentes de índole diversa. Se entendía que aquel daño se consumaba en una especie de aura que envolvía a la víctima hasta que cambiase la voluntad de quien causaba el mal. Es por ese motivo que se buscaba en los amuletos formas agudas o punzantes capaces de rasgar ese maleficio envolvente.

Entre los musulmanes, la representación de la mano –emblema de poder, majestad y justicia- tuvo en los amuletos alguna significación mística. Sobretodo por la alusión a los cinco dedos, los cinco dogmas, los cinco deberes y los cinco rezos del creyente musulmán.

El propio carácter difuso y multiforme de la superstición hacía que la virtud del amuleto recayese tanto en la materia como en la forma que tenía. Era muy habitual llevar sobre sí, por si acaso, varios amuletos a la vez. Se podría decir que, hasta el siglo XIII predominaba la creencia de la importancia mayor de la materia –azabache-. Posteriormente fue tomando más importancia la forma representada, adaptando nuevos materiales.

En el siglo XV se llevaban amuletos en los anillos, destacando la eficacia del diamante para ello. El azabache se alternaba con otros materiales de colores que a modo de cuentas se ensartaban en cuerdas que se colgaban alrededor del cuello.

Otros amuletos eran las conchas de mar y los dientes de lobo, en los cuales muchas veces se inscribían determinadas fórmulas o palabras de conjuro.

AMULETOS CON FORMA DE PUÑO

A partir del siglo XVII vuelve a gozar de popularidad el azabache. En el Renacimiento llega la imitación de lo clásico y de lo romano. Comienza una verdadera proliferación de amuletos en forma de higas, garras, uñas, cuernos y colmillos. Realizados en azabache, marfil, cristal de roca y coral. Dan fe de ello los que se pueden ver en los retratos de damas e infantes de la época. En muchas ocasiones engarzadas a los collares mediante metales preciosos a los que se añadían esmaltes y pedrerías.

Sin embargo, en la primera mitad del siglo XVIII la industria azabachera empieza a declinar. Pasando de moda hasta los aderezos y gargantillas que durante muchísimo tiempo habían privado en las modas aldeanas.

Existían depósitos de azabache en varias regiones europeas siendo las más importantes las de Portugal, las de Francia y las de Sajonia. Sin embargo, la industria azabachera se desarrolló sólo en Inglaterra y en España (Galicia). Sabemos que ya en el siglo XIII existía industria en Santiago. Por aquel entonces, Santiago era un emporio al que acudían personas de todas partes del mundo y de toda condición. Y no siempre por motivos religiosos. Aparte de los peregrinos, había una corriente de negociantes árabes. Acudiendo desde los reinos moriscos españoles, aportaban también géneros y mercancías de Oriente. De ahí que fuera muy conocida por los escritores musulmanes la Iglesia compostelana. Y que también un producto de Galicia proveyera fácilmente la demanda de Zaragoza o de Granada.

En Vaciado de pisos Barcelona Vaciart también encontramos algunos amuletos de azabache. Consúltenos sin compromiso alguno por su parte. Trataremos de darle la mejor orientación sobre cualquier duda que les surja.

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